Tuesday, March 21, 2006

También una poeta favorita:

Recuerdo bien el ambiente, la cena espumosa y florida, los vestidos de las niñas como limoneros con flores, y a mi padre que contaba historias de lobos, de cuando él cazaba lobos al norte de la ciudad de… y a mi madre y su vieja corona de hierro con un solo rubí y las moscas nocturnas, grandes y solitarias, proyectando su sombra sobre los panes y sobre las lámparas –quizá de qué cadáver provendrían, de qué macabro panal- y los rumores nocturnos, leves en la puerta y en la chimenea; acaso un precioso ratón blanco rodaba desde el pinar a la chimenea, o una gacela, recién salida del bosque, venía a yantar las azucenas.

Las historias se agolparon de súbito, comenzó la visión. El personaje transitaba de espaldas; pero yo le veía la nuca armoniosa y casi le reconocía, oh, ¿no era aquel primo hermano de mi madre ¿Aquel amigo preferido de la casa? ¿o mi primer novio? ¿o quien nos había salvado hacía tiempo en una tarde de lobos? Me atrevía a interrumpir a mi madre; ella se volvió –el rubí sobre las cejas- entre interrogando y distraída. Y yo: ¡Mariano Isbel! Porque de súbito recordé el nombre, y me pareció que con eso estaba ya todo dicho. ¡Mariano Isbel! El personaje me volvía el rostro oscuro, los ojos brillantes.

Oh, sí, era aquel amigo preferido de la casa, y mi primer novio. Y rescaté la tarde, con trigos y con lilas; y el viejo carromato y las niñas, cuando fuimos al horizonte, y Mariano Isbel nos salvó a todos de la sombra de un lobo. Oh, y después se había muerto. Después se había muerto. Clamé: ¿Cómo nos hemos olvidado de Mariano Isbel?... ¿Pero cómo nos hemos olvidado?...

Todos me miraban entre interrogando y distraídos. Y como las lágrimas me inundaron el rostro, las criadas me llevaban desde la mesa a la alcoba. Oí los rumores y los himnos del final de la cena, las enaguas de flores de mis primas que se recogían, el paso de reina de mi madre. Lloraba tratando de retener el sollozo; pero, las lágrimas me inundaron el hombro, las sábanas, y así, empecé a llorar a gritos, enloquecida; y mi madre se arrodilló y me tomó los hombros, y me decía: -Niña, pequeña mía te vas a volver loca. Mira que te vas a volver loca. Nombras a alguien que nunca existió. Hablas de alguien que nunca existió.

Y lo terrible era que en lo hondo, yo no ignoraba que ella decía la verdad. Haciendo un esfuerzo supremo me rehice y sonreí. Entonces, ellos se iban y se llevaban las lámparas. Del otro lado de los vidrios, la luna se encendió y me envío algo blanco, una avecilla, un patito de dulzuras, que me entró en la sangre, en el corazón. Iba a volverme feliz, y a cerrar los párpados , cuando allí en la media sombra, sobre la vieja arca, sentado, rígido, vi a Mariano Isbel que me dijo: -Llórame.

1 comment:

manán said...

Esto es demasiado para mí. demasiado sentido...