Monday, March 20, 2006

Nuestra mesa siempre fue un desastre. No sabíamos oler el vino. No sabíamos beber el vino. Tal vez por eso los demás volvían la vista hasta que quedábamos pequeños. Sara, Fran y yo irreconocibles, diminutos, estirando los brazos hacia las lámparas de la casa. Nuestro dios: también pequeño, insecto blanco que sabíamos: se alimentaba de luz.

1 comment:

manán said...

Los hongos nacen en silencio; algunos nacen en silencio; otros, con un breve alarido, un leve trueno. Unos son blancos, otros rosados; ése es gris y parece una paloma, la estatua de una paloma; otros son dorados o morados. Cada uno trae - y eso es lo terrible- la inicial del muerto de donde procede. Yo no me atrevo a devorarlos; esa carne levísima es pariente nuestra.
Pero, aparece en la tarde el comprador de hongos y empieza la siega. Mi madre da permiso. Él elige como un águila. Ese blanco como el azúcar, uno rosado, uno gris.
Mamá no se da cuenta de que vende a su raza.
Marosa di Giorgio, Los Papeles Salvajes, 1991