Sábado en la mañana: pensabamos en ceremonias del té a las que no habíamos asistido pero podíamos imaginar: la dignificación de la pequeñez y del gesto, objetos que nos parecían hermosos (una taza de porcelana con forma de flor que mirábamos al pasar por la tienda del anticuario) porque intuíamos en ellos:
la impermanencia de las cosas
la belleza de lo incompleto e imperfecto
tratados orientales en los que todo transcurre en medio del silencio y la penumbra de un espacio vacío. Sara y Fran también habían decidido gastar el tiempo en cosas inútiles. Yo enfrascada por años en entender una caligrafía extraña. Fran en el cultivo de rosas. Sara en sus kamikazes y dibujos. Un vacío que compartíamos y nos hacía hermanos. Vacío el principio, vacío el final y mientras tanto: una taza de té donde mirar el universo.
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